Hace varios dias recibí como regalo un libro llamado "La ultima oportunidad". Cuando llegué al capitulo llamado "¿Cómo pelear con sus seres queridos" quise compartirlo aqui en mi blog.
1. Si el problema es entre tú y yo lo arreglamos tú y yo, queda prohibido hacer partícipes a otros o discutir en presencia de otros.
Cuando hay testigos en la pelea el ego crece, el orgullo se hincha, lo que se persigue no es la solución de un problema determinado sino demostrar ante los espectadores quien es más fuerte y dominante. Al saber que hay alguien detrás de la puerta o, inclusive, que alguien (bien intencionado) nos preguntará al día siguiente cómo terminó la pelea, no podremos quitarnos la mascara del orgullo. Un testigo fisico o mental nos motivará, sin darnos cuenta a tratar de mantener cierta imagen y eso bloqueara la sencillez y la humildad necesaria para llegar a un acuerdo.
2. El cariño y la lealtad son conceptos no negociables, por lo tanto queda terminantemente prohibido proferir amenazas terminales.
En toda relación humana que se pretenda duradera debe haber ALGO intocable, ALGO que no puede entrar por ningún motivo a la mesa de discusión: el cariño. La pareja podrá negociar cualquier cosa, pelear encarnizadamente por resolver las diferencias, pero siempre protegiendo bajo una campana de acero blindado el concepto de su amor; éste no se perjudicará con los resultados. Amenazas como: "si no cambias me largo", "lo que dijiste acaba de matar mi amor por ti", "te advierto que si no accedes nos divorciaremos". Estas cosas ocasionan que la discusión se torne peligrosamente terminal.
3. Prohibido quedarse con cuentas pendientes; si algo no es lo suficientemente grave para discutirse en el momento, deberá tolerarse para siempre.
Al discutir no deben traerse a colación asuntos que ya pasaron, que ya se discutieron y que no tiene ningún caso revivir. Obligar a cambiar a sus seres queridos en determinadas actitudes, necesarias de alguna forma para ellos, ameritaría un altísimo grado de coerción. Por supuesto no se trata de ser tonto o subyugado. Si el asunto es grave se debe hablar claro, pero si no lo es, basta con decirle al compañero lo que nos molesta y dejar bien establecido que por el amor que le tenemos estamos dispuestos a tolerarlo. Esa es la mejor estrategia para que un familiar cambie, la que se basa en la premisa de que aunque no cambie lo seguiremos amando. Al percibir eso, tal vez, tarde o temprano deseará darnos gusto.
1. Si el problema es entre tú y yo lo arreglamos tú y yo, queda prohibido hacer partícipes a otros o discutir en presencia de otros.
Cuando hay testigos en la pelea el ego crece, el orgullo se hincha, lo que se persigue no es la solución de un problema determinado sino demostrar ante los espectadores quien es más fuerte y dominante. Al saber que hay alguien detrás de la puerta o, inclusive, que alguien (bien intencionado) nos preguntará al día siguiente cómo terminó la pelea, no podremos quitarnos la mascara del orgullo. Un testigo fisico o mental nos motivará, sin darnos cuenta a tratar de mantener cierta imagen y eso bloqueara la sencillez y la humildad necesaria para llegar a un acuerdo.
2. El cariño y la lealtad son conceptos no negociables, por lo tanto queda terminantemente prohibido proferir amenazas terminales.
En toda relación humana que se pretenda duradera debe haber ALGO intocable, ALGO que no puede entrar por ningún motivo a la mesa de discusión: el cariño. La pareja podrá negociar cualquier cosa, pelear encarnizadamente por resolver las diferencias, pero siempre protegiendo bajo una campana de acero blindado el concepto de su amor; éste no se perjudicará con los resultados. Amenazas como: "si no cambias me largo", "lo que dijiste acaba de matar mi amor por ti", "te advierto que si no accedes nos divorciaremos". Estas cosas ocasionan que la discusión se torne peligrosamente terminal.
3. Prohibido quedarse con cuentas pendientes; si algo no es lo suficientemente grave para discutirse en el momento, deberá tolerarse para siempre.
Al discutir no deben traerse a colación asuntos que ya pasaron, que ya se discutieron y que no tiene ningún caso revivir. Obligar a cambiar a sus seres queridos en determinadas actitudes, necesarias de alguna forma para ellos, ameritaría un altísimo grado de coerción. Por supuesto no se trata de ser tonto o subyugado. Si el asunto es grave se debe hablar claro, pero si no lo es, basta con decirle al compañero lo que nos molesta y dejar bien establecido que por el amor que le tenemos estamos dispuestos a tolerarlo. Esa es la mejor estrategia para que un familiar cambie, la que se basa en la premisa de que aunque no cambie lo seguiremos amando. Al percibir eso, tal vez, tarde o temprano deseará darnos gusto.