MI ESTADOS UNIDOS.
La taxista que nos llevó al aeropuerto de la Guardia en Nueva York, donde mi feo tuvo que agarrar un avión que me arrancó una vez más de su lado, no tardó en decirnos que se llama Andrea y que ha vivido en Nueva York toda la vida. ¿Les importa que fume? Sin esperar respuesta enciende un cigarrillo. ¿A donde van? ¿El va a España? Bueno, tienen que saber que mi marido esta metido en un negocio y va a ser millonario. Por eso me pidió que vaya mirando una casa en Europa y el otro día encontre una preciosa en España. ¿Qué en qué parte? Uy, no sé. ¿Qué si en la costa o en el interior? No sé, no me fijé. ¿La gente sabe ingles en España? Porque sino va a ser un poco complicado. Una amiga fué hace unos años a España y teminó casandose con un principe español. ¡Un principe! ¿Pueden creerlo?
Yo támbien voy a ser conocida, esto del taxi es solo por una temporada. La verdad es que soy muy buena confeccionando bolsos. Estoy pensando mandar mis diseños a Versace.
¿Saben una cosa? Yo soy una guía magnífica. Si vuelven a Nueva York yo los puedo llevar a todas partes. Nueva York es maravilloso. Yo adoro Nueva York. ¿No tienen ganas vivir aquí? Claro, tienen razón, nunca se está como en casa.
Andrea es gorda, está despeinada, tiene la voz ronca. Llevaba un vestido negro y tomaba un refresco haciendo mucho ruido.
Andrea cuenta mentiras y sueña en voz alta sueños que nadie se atrevería a contradecir. Andrea no sabe que a no ser que su amiga se llame Letizia, es imposible que se haya casado con un príncipe español. Tampoco sabe que en Versace nunca le harían caso, que su marido probablemente nunca será millonario y que nunca la elegiríamos como guía. Pero cree en todo lo que dice con ese tono alegre y reflexivo, esa verborrea de judía que me hace pensar que Estados Unidos es como ella, un lugar inocente y cariñoso y al mismo tiempo tan duro y poblado de soledades, un lugar terrible pero donde al mismo tiempo todo parece ser posible.
Ni los rascacielos de Manhattan y Boston, ni las impresionantes mansiones de Saratoga Springs, ni siquiera las inmensidades verdes de Nueva Jersey, nada me ha hecho abrir los ojos tanto como estas personas que te regalan un dólar en los bares para que elijas unas cuantas canciones del Jukebox, porque si, solo para ser amables. O de la mujer que se nos acerco para que le firmaramos una tarjeta de cunpleaños de un hijo que no conocíamos de nada. O del hombre con un mondadientes en la boca que no sabía que favor inventarse para complacernos. Estas y Estos Andrea que ignoran y piensan que saben, que me producen cierta ternura.
No sé bien como explicarlo, pero lo que más me choca de Estado Unidos es que todo el mundo parece estar solo.
La taxista que nos llevó al aeropuerto de la Guardia en Nueva York, donde mi feo tuvo que agarrar un avión que me arrancó una vez más de su lado, no tardó en decirnos que se llama Andrea y que ha vivido en Nueva York toda la vida. ¿Les importa que fume? Sin esperar respuesta enciende un cigarrillo. ¿A donde van? ¿El va a España? Bueno, tienen que saber que mi marido esta metido en un negocio y va a ser millonario. Por eso me pidió que vaya mirando una casa en Europa y el otro día encontre una preciosa en España. ¿Qué en qué parte? Uy, no sé. ¿Qué si en la costa o en el interior? No sé, no me fijé. ¿La gente sabe ingles en España? Porque sino va a ser un poco complicado. Una amiga fué hace unos años a España y teminó casandose con un principe español. ¡Un principe! ¿Pueden creerlo?
Yo támbien voy a ser conocida, esto del taxi es solo por una temporada. La verdad es que soy muy buena confeccionando bolsos. Estoy pensando mandar mis diseños a Versace.
¿Saben una cosa? Yo soy una guía magnífica. Si vuelven a Nueva York yo los puedo llevar a todas partes. Nueva York es maravilloso. Yo adoro Nueva York. ¿No tienen ganas vivir aquí? Claro, tienen razón, nunca se está como en casa.
Andrea es gorda, está despeinada, tiene la voz ronca. Llevaba un vestido negro y tomaba un refresco haciendo mucho ruido.
Andrea cuenta mentiras y sueña en voz alta sueños que nadie se atrevería a contradecir. Andrea no sabe que a no ser que su amiga se llame Letizia, es imposible que se haya casado con un príncipe español. Tampoco sabe que en Versace nunca le harían caso, que su marido probablemente nunca será millonario y que nunca la elegiríamos como guía. Pero cree en todo lo que dice con ese tono alegre y reflexivo, esa verborrea de judía que me hace pensar que Estados Unidos es como ella, un lugar inocente y cariñoso y al mismo tiempo tan duro y poblado de soledades, un lugar terrible pero donde al mismo tiempo todo parece ser posible.
Ni los rascacielos de Manhattan y Boston, ni las impresionantes mansiones de Saratoga Springs, ni siquiera las inmensidades verdes de Nueva Jersey, nada me ha hecho abrir los ojos tanto como estas personas que te regalan un dólar en los bares para que elijas unas cuantas canciones del Jukebox, porque si, solo para ser amables. O de la mujer que se nos acerco para que le firmaramos una tarjeta de cunpleaños de un hijo que no conocíamos de nada. O del hombre con un mondadientes en la boca que no sabía que favor inventarse para complacernos. Estas y Estos Andrea que ignoran y piensan que saben, que me producen cierta ternura.
No sé bien como explicarlo, pero lo que más me choca de Estado Unidos es que todo el mundo parece estar solo.
Buenas buenas...paso a saludar por acá
Posted by Lycette Scott | 5:02 PM